Una mujer Salvadoreña camino a los altares

Razgos sobresalientes

Madre Clara María de Jesús (en el siglo, Clara del Carmen Quirós López) nació en el la Ciudad de San Miguel. Departamento de San Miguel, en el mismo Departamento que Monseñor Romero. El Salvador, Centro América, en el mes de agosto, igual que Monseñor Romero, ella nació el día 12 y Monseñor Romero el día 15. Madre Clarita Quirós nació en el año 1857 y Monseñor Romero en el año 1917.

Los padres de la Sierva de Dios fueron Daniel Quirós Escolán y Carmen López. No fue un matrimonio bien avenido. En casa del matrimonio Quirós-López los altercados eran frecuentes. Papá Daniel era enfermo, sufría del alcoholismo. Un día, después de una fuerte discusión entre José Daniel y su esposa, éste tomó consigo a Clarita y desapareció sin dejar rastro: «Su padre la hurtó cuando apenas contaba un año y nueve meses. La trajo a Santa Tecla. Después de algún tiempo de búsqueda por parte de las autoridades, fue encontrada en un estado lamentable»

Su madre Carmen se traslada a San Salvador, y así Clarita, hija única, fue educada sólo por su madre, junto a su abuela materna Juana López, Tío César López y Tía Madrina Serafina López, en un ambiente de piedad y austeridad.

Su padre Daniel murió cuando Clarita tenía 9 años. Poco tiempo después de la Primera Comunión, «la Sierva de Dios tuvo deseos de ser religiosa, pero al ver que no había aquí en El Salvador, sino en Guatemala, su mamá no la dejó ir.” Un día le presentó a este señor costarricense, Don Alfredo Alvarado, así de repente y diciéndole que quería que se casara con él» Clarita (15 años de edad) obedeció.  La boda se celebró el 17.05.1873. En los 11 años que duró la convivencia matrimonial, fue madre de 6 hijos, su esposo la abandonó: «Madre modelo, y de gran elevación de espíritu, supo formar un hogar digno, culto y piadoso»

Mujer de fe y esperanza, con su confianza puesta en Dios, se pone al frente de su hogar, forma y educa a sus hijos en los valores cristianos. Estando ya sus hijos colocados y ella viuda, se entregó de lleno al servicio de Dios en una vida intensa de oración, eucaristía frecuente, servicio y caridad, en la que destaca su carisma sacerdotal y su atención a los necesitados: «Inagotable fue su caridad hacia el prójimo, estaba siempre a la cabecera de los enfermos, lavando sus llagas con amor maternal»